miércoles, 1 de noviembre de 2023

Editorial Jesús Silva Herzog Márquez

 No es fácil encontrar paralelo en nuestra historia a la tragedia que vive Acapulco. Ningún desastre natural que recuerde ha tenido y tendrá un impacto tan devastador como Otis. No solamente es la muerte y la devastación del huracán, sino lo que éste dejará en los próximos años. El huracán fue un golpe al corazón del puerto, a su base de sustento, a sus fuentes de vida. Se hará pronto el inventario de pérdidas gigantescas. Lo que viene es muchísimo peor. Un puerto que vive de sus visitantes estará imposibilitado de recibir a nadie. Lo que hemos visto es inenarrable: la naturaleza que hace volar muros y cuerpos, que desbarata edificios como si fueran papel, que bombardea una ciudad como si fuera blanco de guerra.


Todo huracán avisa. No es, como los terremotos, un golpazo sin anuncio. Los vientos dan siempre señales de su llegada. Es cierto, no notifican el momento exacto de su arribo ni la fuerza precisa con la que azotan. Pero dan señales. Y Otis había avisado que era un peligro serio. Los habitantes, los turistas no tuvieron la información que les habría permitido confrontar la agresión de la naturaleza de mejor manera. Con su silencio, las autoridades invitaron a desestimar el impacto del viento.


!Cuánta responsabilidad carga el gobierno por no alertar lo que venía! El gobierno no sopló para reventar vidrios y volver inhabitables las casas de Acapulco. No es responsable del huracán, pero lo es sin duda de la falta de preparación y lo es aún más por la respuesta ante la desgracia. No gritó, como debía haberlo hecho, no timbró las alarmas que habrían salvado vidas y patrimonios. Abandonó a una ciudad como ha abandonado a un estado.


Morena no es responsable del huracán. Es responsable, en primer lugar, de haber dejado a Guerrero sin gobierno. ¿Dónde ha estado la gobernadora durante estos días? Morena es responsable del vacío político en el estado. No debe ponerse en abstracto la responsabilidad. La gobernadora que padece Guerrero es consecuencia de un capricho sin restricciones y del resentimiento como impulso de acción política. Andrés Manuel López Obrador es responsable de que Evelyn Salgado "gobierne" Guerrero y, por lo tanto, del abandono que su nulidad implica.


Otis exhibe los límites de la política entendida como teatro. ¡Qué ridículo, qué ofensivo es montar espectáculos cuando hay muerte y desolación! La mermelada y los venenos del demagogo no tienen nada que ofrecer ante una desgracia como la que azota a Acapulco. El regreso a su resorte de hostilidades es un insulto cuando urge atender una emergencia. Cuando hay tantos sin techo, cuando hay tantísimos sin comida y sin agua, cuando el trabajo ha desaparecido quizá por siempre, un Presidente enclaustrado en sus patológicas obsesiones se empeña en cazar enemigos, en lugar de convocar a la cohesión, a la solidaridad, a la ayuda.


La insensibilidad presidencial merecería un diagnóstico psiquiátrico. Lo que vemos ante cada desgracia es a un narcisista que es incapaz de acompañar un dolor que no pueda rentabilizar. El Presidente no acompaña a los dolientes, no los toca, no los ve. Dice que el contacto con el reclamo es indigno de su alta investidura. El Presidente viaja a Acapulco para no ver Acapulco. En el chusco recorrido de una mala película cómica, se desplaza a Acapulco para no acompañar el sufrimiento de los acapulqueños, para no oír a los acapulqueños. El Presidente publicitó el desplante de su incompetencia, cuidándose de no perder el tiempo escuchando a las víctimas y confrontar directamente la magnitud de la desgracia.


El populismo puede ser hábil para representar el conflicto, pero suele ser torpe para atender la emergencia. Su respuesta ante la pandemia fue criminal y su reacción ante huracán lo es también. En lugar de atender con celeridad la crisis, la Presidencia vuelve al conflicto que usa como sabanita de certidumbre emocional. ¿Qué líder encara una crisis del tamaño de la que vive Acapulco gruñendo contra los críticos? La necesaria convocatoria de cohesión y de unidad, se convierte de inmediato en repulsa a la solidaridad autónoma y un embate furioso contra los críticos.


Otis exhibió las varillas del lopezobradorismo. Su demagogia esconde incompetencia e insensibilidad. Su retórica popular disfraza una perversa centralización militarista.


Jesús Silva Herzog Márquez