En México siempre se ha tenido recelo -por no decir miedo- a la creación y ejecución artística, pues parece un horizonte oscuro y sin mucho futuro cuando se desconoce la función social que representa.
Sin embargo, nuestro País ha demostrado ser una fuente interminable de talentosos artistas que le ponen en alto con la exigencia que hacen patente en sus actuaciones, muestra del buen desempeño que realizan los formadores.
Cuando en el mundo se habla de arte, México recibe grandes elogios, no así las políticas públicas en materia de generación de públicos, estímulos a creadores y ejecutantes, procuración de espacios y su mantenimiento (basta ver las condiciones en las que estuvo por años el Centro Cultural Ollin Yoliztli y que, a pesar del peligro que representaron, siguió operando). Sin embargo existen incansables y destacables intentos de crear nuevas oportunidades en los medios artísticos de los más destacados artistas que este País ha legado al mundo pugnando, en sus regresos constantes o no a tierras mexicanas, por construir eso que se antoja utópico: condiciones para seguir generando no sólo ejecutantes de primer nivel sino oportunidades de pleno desarrollo y regresar a nuestros recintos el interés internacional que tuvieron por años, pues muchos de ellos se consideraban paso obligado para las grandes figuras como María Callas en el Palacio de Bellas Artes o la interminable lista de orquestas de primerísimo nivel que han desfilado por la Sala Nezahualcóyotl de nuestra Universidad con fabulosos directores o solistas.
México es, sin duda, semillero de arte y cultura para la región y el mundo, pues cuenta no sólo con la infraestructura (que un poco más no viene mal, ahora que hablamos de utopías), sino con la vocación de nuestros ejecutantes. Vaya ahora un fuerte abrazo con su consecuente aplausos a quienes miran hacia el frente y hacia dentro, hacia crear más y mejor arte mientras se escucha de fondo el aria que da nombre a esta intervención. Recondita armonia…
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