miércoles, 25 de septiembre de 2019

Los buenos de la noche de Iguala

La noche del 26 de septiembre de 2014, un grupo de normalistas de la Escuela Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa fue atacado por policías municipales de Iguala, de Cocula y probablemente de Huitzuco, en el estado de Guerrero. El hecho constituye uno de los casos de desaparición forzada más importantes de los últimos tiempos en México, así como un episodio de violaciones masivas a los derechos humanos, todavía no resuelto.

En medio de la pesadilla que constituyeron esa noche y la madrugada del 27 de septiembre, tanto los normalistas de Ayotzinapa como los integrantes del equipo de futbol “Avispones de Chilpancingo” fueron ayudados por personas que desinteresadamente, les prestaron auxilio en los momentos cruciales, les ofrecieron alojamiento para que se escondieran mientras eran perseguidos por los policías y los trasladaron a lugar seguro, incluso a costa de sus propias vidas. 


Este reportaje busca reivindicar la imagen de aquella ciudad guerrerense, cuna de la independencia nacional, cuyo nombre es desde 2014 sinónimo de ignominia, de tristeza, de colusión entre las fuerzas del orden y los grupos del crimen organizado, así como el reflejo de un sistema de justicia ineficiente. Asimismo,  intenta destacar el valor de varios héroes anónimos que constituyen una esperanza dentro de la larga noche mexicana, interminable en apariencia desde 2006, cuando Felipe Calderón declaró la guerra contra el narcotráfico


El presente trabajo se llevó a cabo con base en datos de los dos informes del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) y de los libros “La Noche Más Triste”, de Esteban Illades; y "La verdadera noche de Iguala" de Anabel Hernández.


Los Avispones, las víctimas olvidadas


Mientras los normalistas de Ayotzinapa fueron detenidos y desaparecidos de manera arbitraria por miembros de la Policía Municipal de Iguala, un autobús de la marca Castro Tours era atacado por personas encapuchadas sobre la carretera Iguala-Chilpancingo, a la altura de un punto conocido como “El Crucero de Santa Teresa”. 


A cinco años de distancia, no queda del todo claro por qué este autobús que transportaba futbolistas adolescentes de tercera división fue tiroteado en un sitio que se ubica a aproximadamente 12 kilómetros de Iguala. La explicación más aceptada hasta el momento es que los sicarios los confundieron con normalistas y por ello trataron de matarlos. 


De acuerdo con los reportes periciales que trascendieron durante los días subsecuentes al ataque, en el Crucero de Santa Teresa se hallaron más de 400 casquillos percutidos de armas de grueso calibre, lo cual es un indicio de la saña con la que los “narcopolicías” atacaron a los jugadores. Inmediatamente después del ataque y a pesar de que había por lo menos ocho víctimas de extrema gravedad, pocas personas quisieron ayudar a los afectados, incluyendo dos patrullas de la Policía Federal que llegaron al sitio y en vez de ofrecer colaboración con las víctimas, comenzaron a regañarlos. 


Según el testimonio de uno de los padres de los futbolistas que estaba seriamente lesionado y que llegó al lugar de los hechos más de media hora después del ataque, los policías federales se negaron a transportar a los heridos a un centro médico bajo el argumento de que no estaban autorizados para trasladar lesionados. El segundo informe del GIEI relata cómo incluso, la madre de este menor cuyo nombre se reserva por protección de su intimidad, se hincó ante los federales para suplicarles que la ayudaran y estos se negaron rotundamente a prestar auxilio, al grado de evitar que el padre apoyara a su hijo herido sobre el cofre de una patrulla, bajo el pretexto de que la iba a manchar de sangre. 


En contraparte, dos personas que estaban de visita en Iguala (eran turistas) y que pasaron por el sitio segundos después del tiroteo, detuvieron su automóvil aún con el peligro de que los sicarios estaban en los alrededores intimidando a los jóvenes y auxiliaron en los primeros momentos a los heridos. Estos dos héroes anónimos -un hombre y una mujer de corta edad cuyos nombres nunca fueron revelados -, fueron descritos por los afectados como “unos ángeles” que no se separaron de los heridos ni un minuto y que se llenaron la ropa de sangre al brindarles los primeros auxilios. Tales personas no fueron ningunos ángeles: se trató de seres humanos que arriesgaron su integridad al apoyar a personas en situación de desgracia. 


Maestros de la CETEG


Tras el primer ataque a los normalistas sobre la Avenida Juan N. Álvarez -a unos minutos del centro de Iguala -, los jóvenes que no fueron acribillados o secuestrados por los oficiales telefonearon a sus compañeros de la normal de Ayotzinapa para que fueran en su auxilio, tras percatarse de que al menos 20 estudiantes estaban desaparecidos y uno había muerto. La noticia de que en Iguala estaban pasando “cosas muy fuertes” se esparció como pólvora y en cuestión de minutos arribó también un grupo de profesores de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación de Guerrero (CETEG), el ala disidente del magisterio en aquel estado. 


La primera en llegar a la escena del crimen fue una profesora guerrerense que se encontró con un paisaje siniestro: un normalista muerto sobre la carretera y al menos un autobús con los vidrios destrozados y los pasillos regados con sangre. Ella envió mensajes de texto a sus compañeros disidentes quienes de inmediato se trasladaron al lugar de los hechos. Estos profesores estaban en Iguala por una reunión magisterial que habían tenido ese viernes. También llegaron al punto algunos periodistas de medios nacionales y locales que eran corresponsales en Iguala. 


Alrededor de las 00:30 horas del sábado 27 de septiembre, los normalistas ofrecieron una rueda de prensa improvisada en la que comenzaron a dar pormenores sobre su primer ataque. Pasados unos segundos, normalistas y reporteros fueron baleados indiscriminadamente desde los alrededores por un grupo de encapuchados entre los que al parecer estaban policías municipales y sicarios del grupo delictivo “Guerreros Unidos”. Un video grabado con celular que circula en internet da cuenta de los primeros segundos de la balacera y es prueba de lo agresivo del ataque. En estas grabaciones, se escucha literalmente una ráfaga de plomo presumiblemente de armas potentes. 


Durante este segundo ataque resultó herida la primera maestra de la CETEG que llegó al sitio: recibió un disparo en el pie que le atrofió un tendón y otro en la espalda que le lastimó la clavícula y se le alojó en el hombro. También fueron lesionados algunos jóvenes estudiantes que no eran de Ayotzinapa pero que acudieron al sitio para auxiliar a los normalistas. Otros vecinos de la zona también fueron testigos de la balacera. 


Pasado este incidente, los estudiantes y docentes llamaron a los servicios de emergencia sin tener una respuesta positiva. Incluso, una de las operadoras del 066 le refirió a los maestros que no podían enviar ninguna ambulancia porque había órdenes expresas para no ayudar a los heridos de bala esa noche. Los profesores buscaron un taxi para trasladar al estudiante Edgar, que estaba gravemente lesionado. Tampoco tuvieron suerte: no había unidad de transporte público que se atreviera a llegar al sitio. 


Caminando, un grupo de jóvenes y un maestro se trasladaron hacia la Clínica Cristina, ubicada a unos metros de la escena del crimen. Allí se volvieron a enfrentar con la negativa de los servicios hospitalarios: dos enfermeras impidieron que los normalistas entraran y tras hacerse de palabras, no tuvieron más remedio que dejar a los heridos ingresar pero antes, ellas apagaron las luces y abandonaron la clínica. Lo que siguió fueron minutos de terror en los que los estudiantes y el docente fueron amedrentados por miembros del Ejército que se negaron a auxiliar al herido que se asfixiaba con su sangre e incluso, amenazaron a los jóvenes con desaparecerlos. 


“En ese momento llamaron a otros maestros, pero todos estaban atendiendo a los muchachos, estaban ocupados sacando heridos, espantados. Les llamo a dos compañeros para que me manden un taxi. Pasó un largo tiempo, estuvimos ahí hasta las 2 de la mañana. Le hablé a mi familia para decirles lo que estaba pasando. Hermano: nos acaban de rafaguear aquí en Periférico con los estudiantes de Ayotzinapa, si me matan que no digan que me fui con el narco o que era secuestrador, cuídate”, es el testimonio de uno de los profesores de la CETEG. 


Tras la llegada de los militares a la Clínica Cristina y luego de que amedrentaron y vituperaron a los normalistas, el profesor y un médico que arribó más tarde trasladaron al estudiante Edgar hacia un hospital más grande con el fin de atenderlo. Los jóvenes que estaban en el centro médico salieron hacia la calle y se refugiaron en algunas casas de los alrededores, cuyas puertas se abrieron para ofrecerles refugio mientras pasaba la noche. En las calles, patrullas de la Policía Municipal seguía dando vueltas en la búsqueda de los normalistas.


Los jóvenes también refieren que otros muchachos habitantes de Iguala comenzaron a prestarles auxilio por medio de un automóvil particular en el que trasladaron a los sobrevivientes hacia un lugar seguro. Estos ciudadanos hicieron por lo menos tres viajes en los que se llevaron a unos 20 jóvenes. Ellos les informaron a los normalistas que los municipales los seguían “cazando”. De acuerdo con su testimonio, los estudiantes estaban en shock, completamente pálidos y algunos lloraban desconsoladamente. 


Operadora del 066


Aunque parezca increíble, las operadoras de los servicios de emergencia mostraron una actitud esquiva durante todas las llamadas que recibieron a lo largo de las horas trágicas, primero burlándose de los normalistas que pedían auxilio y luego negándose a ofrecerles ayuda. Los estudiantes afirman que uno de los operadores le dijo que no le creía lo que les estaba pasando y otro de plano les señaló que no esperaran nada porque habían recibido la orden de no enviar ambulancias. 


Pero al menos una de estas personas sí cumplió con su deber y prestó auxilio al padre de uno de los miembros de los Avispones que estaba gravemente herido. Es el mismo señor que intentó poner a su hijo en una ambulancia de la Policía Federal y que recibió el desprecio de los oficiales. A pesar de la negativa de los uniformados a dejar que el hombre se llevara a su hijo, éste se enfrentó con ellos y literalmente a empujones, se abrió paso entre la gente para subir al joven a su propio auto y trasladarlo hacia una clínica.


Según consta en el segundo informe del GIEI, el hombre vivió todo un periplo en su búsqueda por los servicios elementales de emergencia. Como no es habitante de Iguala -el equipo de Los Avispones es de Chilpancingo -, el padre de familia desconocía las calles de la ciudad y llamó a los servicios del 066 para que le indicaran dónde había un hospital. El hombre relata que visitó al menos tres clínicas -una de ellas, probablemente la misma Clínica Cristina -y en ninguna de éstas lo quisieron recibir con su hijo herido. 


Para orientarlo mejor, la operadora le pidió al hombre que no le colgara mientras lo guiaba y hasta estar segura de que su hijo herido había sido recibido. Finalmente, el joven fue aceptado en un centro hospitalario con cinco heridas de bala: dos en piernas, dos en brazos y una en abdomen. Al llegar a la clínica estaba sumamente desangrado y su padre refiere que estaba muriendo. El futbolista salvó la vida gracias al arrojo del progenitor, quien no se rindió en ningún minuto y que se enfrentó a todo tipo de obstáculos para auxiliarlo. Curiosamente, el hombre afirma que también un policía municipal de Iguala le dio orientación para llegar a la clínica y él atribuye esa reacción a que dicho uniformado estaba arrepentido ante la magnitud de los hechos.


La Colonia 24 de Febrero 


De acuerdo con el primer informe de los expertos del GIEI, existió un quinto autobús marca Estrella Roja que salió por la parte posterior de la estación camionera y que nunca fue incluido en el reporte de la PGR. Este autobús fue interceptado por al menos una patrulla de la Policía Municipal en las inmediaciones de las colonias “Pajaritos” y “El Tomatal”. Antes, este autobús se había detenido unos minutos en algún punto, donde una mujer desconocida se entrevistó con el chofer y este le entregó unos “documentos”. 


Como los estudiantes superaban en número a los uniformados que los interceptaron y les apuntaron con sus armas, los primeros lograron escapar en dirección hacia un cerro conocido como “La Loma”. Pasados unos minutos, los jóvenes volvieron hacia un punto llamado “Puente El Chipote” donde vieron un autobús de la marca Estrella de Oro que estaba destrozado y con rastros de sangre, parado frente al Palacio de Justicia de Iguala. Todos los normalistas que viajaban en ese autobús fueron secuestrados por los policías y hasta el momento no se sabe nada de ellos. 


Pero los jóvenes del Estrella Roja que habían bajado del cerro tuvieron la mala suerte de toparse de nuevo con los policías. Según sus versiones, había entre ellos por lo menos una patrulla color blanco que correspondía a la Policía Ministerial, es decir, miembros de las fuerzas estatales del orden. Esto supondría la participación de al menos dos corporaciones policiacas de distintos niveles en la desaparición de los estudiantes. 


Las víctimas refieren que los uniformados les dispararon e intentaron atropellarlos con sus vehículos.  Ellos corrieron a esconderse, esta vez en una colonia de nombre “24 de febrero”, que se ubica en la periferia de la ciudad y que según vecinos, es habitada por pobladores “problemáticos” que siempre han estado en conflicto con la autoridad. Los jóvenes afirman que una señora de esa colonia salió de su casa y se enfrentó con los policías: les gritó “dejen a los muchachos que no les hacen nada” e incluso les arrojó piedras. 


Otras personas salieron de sus viviendas y se unieron a la defensa de los normalistas. Algunos abrieron sus puertas y les ofrecieron refugio. Ante ello, los uniformados prefirieron retirarse ya que conocían a los habitantes de esa colonia y siempre habían evitado confrontarse con ellos. Los estudiantes del quinto autobús permanecieron toda la madrugada escondidos en ese sitio y no reaparecieron hasta que llegó la luz del día, cuando se dirigieron al centro de Iguala para hacer el recuento de los daños. El mundo estaba a punto de conocer la tragedia de Ayotzinapa. 


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